Hay carreras que no necesitan presentación. De hecho, incluso se comete una injustica con ellas. Acostumbrados a que siempre estén allí, llegamos a darlas por axioma garantizado, sin otorgarles el verdadero relieve que merecen. Ya fuera en las añoradas "Historias para no dormir", o en las más recientes apariciones en series tan populares como "Aquí no hay quien viva" o "La que se avecina", Gemma Cuervo es un rostro que no necesita presentación en los escenarios españoles.
Este fin de semana, Córdoba La Llana ha podido disfrutar de su presencia a la cabeza de una nueva adaptación de "La Celestina", ese inteligente rompe-cabezas moral creado por Fernando de Rojas, ilustre bachiller que aprovechó la pasión encendida de Calisto por el cuerpo de una hermosa joven, llamada Melibea, para sacar a la luz una divertida, irónica, atrevida y terrenalmente inteligentísima lección de vida.
Eduardo Galán y su compañía han logrado sintetizar de una manera respetuosa y ágil, esta complicada tragicomedia de sinsabores, que llevan al impetuoso Calisto (Alejandro Arestegui) a recurrir a los servicios de sus sirvientes para conseguir su conquista amorosa (aunque más honesto sería que hablasemos de recompensa sexual); ellos, dan el nombre de una vieja alcahueta, conocida por haber cosido más virgos de los que sería recomendable para su reputación.
Por supuesto, dicha anciana no es otra que Celestina, uno de los personajes más representativos de la literatura hispana, tan reconocible a distancia como El Lazarillo o el mismísimo Quijote. Ejemplo perfecto de la inteligencia pícara tan frecuente de la época, lisonjera, hace bien en recordar que solamente atiende a quienes le buscan y que, a fin de cuentas requieren sus buenos haceres y mañas. Mitad hechicera y mitad psicoanalista, sabe detectar de inmediato que tras las arrogancias de Melibea (Olalla Escribano), no esconden una raíz de deseo que sabrá explotar con suma maestría, más para acrecentar sus menguados ingresos que por ningún interés personal en los desvaríos de Calisto, joven caballero que durante toda la obra, únicamente tiene un propósito en mente.
Ingeniosa, llena de chispeantes diálogos, resulta asombroso que en una obra firmada a finales del siglo XV, tenga una fina ironía y un espíritu tan provocador, insinuaciones a zoofilia, abuso infantil, prostitución o descrédito de los poderosos y sus propios siervos, presentados como una verdadera cueva de alimañas; pero, a fin de cuentas, ni más ni menos reales que cualquier hijo de vecino, con muchas flaquezas. Nadie ejemplifica mejor esa actitud que Pármeno (Santiago Nogués), en un principio alertando a su señor contra la alcahueta, a quien conoce bien, para terminar confabulándose en su bando, debido a los favores que recibe por parte de una de las muchachas que habitan en la casa de la anciana.
Papeleta, pues, nada fácil para una Gemma Cuerva que responde con la solvencia de las grandes actrices el duelo. Incluso, le aporta algunos componentes a destacar, de manera muy sana, le ha restado cierta solemnidad a sus sentencias y le ha otorgado una mayor carga irónica que en otras versiones, de abuela despistada que no lo es en absoluta. A pesar de estar muy bien acompañada en la obra, son sus espaldas las que aguantan la estructura del edificio, como se encargó de resaltar el Gran Teatro, aplaudiendo un verdadero clinic. Para colmo, a la salida, pese a las inclemencias del tiempo y demás, derrochó simpatía con los espectadores que quisieron agradecerle su excelente labor. Lo dicho, quién no firmaría seguir así en su trabajo , tras una hoja de servicios brillante y con el espíritu de un debutante.
Cuervo ha definido de forma brillante la necesidad de la parte más oscura de la sociedad (en realidad, de cualquier sociedad), para servir a muchos propósitos. "Tiene un alma oscura, pero un alma al fin y al cabo". No deja de ser meritoria y acertada una caracterización de Celestina y sus discípulas como verdaderas vampiresas (muy cercanas en estética a las novias de Drácula de la versión de Coppola), succionadoras a través del deseo. De la misma forma, un imperial Juan Calot, compone a Sempronio, un personaje que siempre parece a punto de estallar por su codicia (solamente comparable a la de la alachueta, cuya inteligencia natural queda bloqueada ante su imposibilidad de levantarse de una caldeada mesa de póker cuando ya ha ganado demasiado) y su absoluto desapego por nada ni nadie, más allá de su placer o seguridad económica. Nuevamente, terrenalidad y relativismo ante los temas universales.
A pesar del tiempo transcurrido, este carpe diem contagioso y auto-destructivo sigue omnipresente en generaciones de espectadores, sanamente divertidos y conmovidos ante esta trivilización habilísima de asuntos que en ocasiones se toman demasiado en serio por los Calistos de turno, y decía que era amor, el picor que compartían...
Una espléndida versión de todo un clásico. Absolutamente recomendable.
Muy certera tu reseña, Viejo. Fue un placer compartir ese rato contigo y con Easmo.
ResponderEliminarCuriosamente, la crítica del diario Córdoba ha estado tibia en alabanzas para Gemma Cuervo.
Caray, pues sí que están exigentes entonces. Pues me parece que los que estuvimos en el gran teatro discreparemos totalmente con ella, barrunto.
ResponderEliminar1 abrazo