domingo, 25 de septiembre de 2011

EL HILO DE PENÉLOPE

En el cine, hay una división en la que entran escasos directores. Es una nueva dimensión donde todo el público, desde los que son aficionados hasta los que te aborrecen, saben exactamente qué esperar de ti, porque en todo lo que hagas, saben que siempre llevará tu sello, una etiqueta de marca propia.
Pedro Almodóvar entra dentro de dicha categoría. Haber triunfado por todo lo alto siendo extranjero en un negocio tan etnocentrista como Hollywood, ser públicamente reconocido en festivales como Cannes, no le ha servido, como ha sucedido a lo largo de historia ante los éxitos, para ser profeta en su tierra. Podríamos decir, eso sí, que no deja indiferente a nadie, o aman su cine o lo odian, pero rara vez deja indiferente a nadie.
Con "La piel que habito", el cineasta manchego vuelve a la carga, en lo que algunos han considerado su proyecto más extraño, hiperbólico e interesante en mucho tiempo. Desde luego, debe haberse divertido con esta obra, al igual que el año pasado con Alex de La Iglesia y su "Balada triste de trompeta", parece que el director ha decidido purgar todas las cosas que ronden su mente, desde lo más sublime a las pesadillas más recurrentes, una historia sin tapujos y forzando siempre cruzar la línea de lo políticamente correcto.
De la mano de la pareja formada por Antonio Banderas y Elena Anaya (un salto de calidad muy bueno por parte de la actriz en esta cinta, tiene una papeleta muy difícil y la resuelve con mucha soltura), Almodóvar compone un extraño fresco. Salvando los géneros, estamos ante un experimento tarantiniano, muchas pequeñas historias y mezcla de tipos de película en una sola, en un principio parece que nos moveremos en las fronteras del terror y el suspense... para después derivar en una serie de rompe-cabezas que dejarían a la altura de cortesanos principantes a los habitantes de "Rebeca" de Hitchcock.


Para todos aquellos que aún no la hayan visto y tengan intención, invitarles a que cuanto menos sepan de la misma, mejor, la sorpresa es uno de los factores que hacen que la experiencia de ir a ver este estreno sea tan particular. Merece el dinero de la entrada, pero eso no es indicativo de que les vaya a gustar precisamente. Es impredecible, una que tendrá tantas opiniones como personas la vean.
Destacan también muy buenos secundarios, como Marisa Paredes, Jam Cornet o Roberto Álamo (de quien ya hablamos en la versión de "Un tranvía llamado deseo", muy dotado para los papeles agresivos, aunque en este caso con un componente de esperpento).
Para los más puristas y admiradores del oscarizado autor, decir que no se preocupen, pese a todo lo dicho, Almodóvar sigue siendo Almodóvar. No se resiste a poner esos barrios, a rodar igual de bien que siempre, a no renunciar a ese humor socarrón, a ser incapaz de permanecer serio en todo momento...
Personalmente, tienen que saber que ante él siempre me sentí dividido. No me contaba entre la legión de sus seguidores, no todo lo que ha hecho me ha gustado, pero desde luego, tampoco entendía el aborrecimiento que a otros suscita, teniendo siempre la impresión de estar ante un artesano que conoce muy bien su oficio. Y es que, acusado siempre de hacer cine marginal, de putas, cambios de sexo, personajes miserables y desquiciados... Le da la vuelta a la tortilla, se marca un baile de estilo clásico, únicamente para darte cuenta de que una vez más te ha vuelto a dar gato por liebre, que seguira hablando de mundo estrambóticos y marginales, con personajes al borde de un ataque de nervios y que no saben precisamente todo sobre sus progenituras y otras locuras.
Por último, aún atolondrado por este extraño experimento cinematográfico, citaré al escrito Stepen King tras leer cierta obra de Frank Miller: "Um, este tío es bueno... sabe lo que hace".

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