lunes, 6 de septiembre de 2010

EL VIEJO REY LEÑO

El consejo de Herodes Agripa cayó al viento, pero bien hubiera podido salvar su legado. Aquella noche, Claudio había cenado bien, su matrimonio con Mesalina parecía un regalo y el capricho de los pretorianos le había convertido en el emperador, la máxima autoridad del mundo conocido. Se sentía, a buen seguro, el más dichoso de los mortales.
El monarca judío, por el contrario, estaba más acostumbrado al mundo real, al igual que Heródoto, pensaba que ninguna persona debe sentirse plenamente dichosa si no conoce su final. "Te daré un consejo, monito -el mote que le puso cuando eran pequeños- no te fíes de nadie, ni de consejeros, ni de esa preciosa mujercita... ni siquiera de mí". Este diálogo de James Faulkner sigue siendo una de las pequeñas maravillas de esta producción británica de 1976, de una obra inesperada y que nunca antes se había hecho en televisión. Antes de Claudio no existían ni Roma ni los Tudor.
Basada en el best-seller de Robert Graves, constituyó una tarea titánica para Herbert Wise dirigirla, a pesar de contar con el asesoramiento de Jack Pulman y el mismísimo Robert Graves. La BBC creó un producto que evidentemente ha notado el paso del tiempo, los decorados de cartón piedra cada vez notan más el apolillamiento, mientras que barbas y otros trucos de artesanía palidecerían ante el más burdo recurso electrónico actual. Pese a ello, si hablamos de inteligencia, saber hastar, entretenimiento de calidad y esencia, Yo Claudio seguiría teniendo mucho que decir.
Todo comenzaría una noche en la que la familia Julia celebraba el triunfo en la batalla de Actium sobre Marco Antonio y Cleopatra. Aunque la juerga en El Palatino es exquisita y los poetas muy zalameros, no tardan los espectadores en darse cuenta de que en esta augusta gens, se esconden muchas ambiciones diferentes y nidos de serpientes. Aunque Augusto (Brian Blessed) ha logrado imponerse y mantiene al Senado como un mero resquicio de lo que fue, no lo tiene tan fácil a la hora de mantener en cintura a sus descendientes. Incluso un viejo y leal amigo como Agripa puede terminar convirtiéndose en un obstáculo.


Otra de las paradojas de Augusto es que su principal apoyo, Livia (Siân Phillips es una actuación magistral), tienen sus propias concepciones de cómo irán las cosas cuando su esposo no esté. Ella ambiciona que el lugar de Augusto sea ocupado por su hijo (de otro matrimonio) Tiberio (un atormentado George Baker).
Probablemente, aunque memorable, la caracterización de Livia sea muy matizable. A buen seguro, Graves se basa en los textos de autores latinos de claro afecto republicano, como, entre otros, es Suetonio. Este brillante escritor, era además un gran chismoso y aunque la muestra intelegente, retrata a la esposa del gran Augusto de una forma que, ante la duda, siempre la acusa de todo, incluyendo de algunos asesinatos muy poco claros (veneno, qué papel jugaste en esta serie).
Entre todos estos príncipes, esposas intigradoras, futuras herederas, etc, está Claudio. Es un pobre muchacho tartamudo, a quien su madre ha cogido un absoluto desprecio. No solía ser tan infrecuente en las madres nobles de la Antigüedad actua así ante os segundones, de hecho, bastantes siglos después, toda una futura leyenda militar como El Duque de Wellington tuvo que soportar a su progenitora llamarle "su pobre y feo hijo Arthur". Esto lleva a Claudio (que fue interpretado por Derek Jacobi, en la actuación más recordada de su consolidada trayectoria) a convertirse en un joven aislado, de aspecto poco inteligente, pero en verdad, desarrolla muy buenos hábitos como la observación y la lectura, a la par que con jóvenes huéspedes como el joven Herodes, puede ser incluso amable y comprensivo, siempre que no tema maltrato.
Finalmente, Tiberio, merced a Livia, logrará subir al poder, perpetuando una idea de imperio que hasta entonces no estaba clara. Es fascinante pensar en el poder sin precedentes que tuvieron los miembros de un linaje que, verdaderamente, ejercieron el rol de auténtica marco-corporación. Éste, un hombre eficiente y hasta astuto, carece de la capacidad de Augusto de granjearse el afecto de la gente, en verdad, tal y cómo lo retrata Graves, nunca se recobró de su exilio ni de su primer divorcio, a la par que la muerte de su hermano, el favorito de todos, le privó de su reverso amable (no hablamos del personaje histórico, sino del que aparece en la serie). Esto va tornando su régimen cada vez más tiránico e injusto. Claudio, por su lado, es un joven a quien nadie echa cuentas, pero que al toparse con un viejo senador en la biblioteca, descubre una verdad: "Fíngete poco despierto y no avives los recelos de tu familia".

Y aquí radica uno de los principales encantos de la serie. Formidables figuras como Agripa, Germánico, Druso... van cayendo una tras otra en una telaraña invisible que a todos absorbe. Claudio siempre prevalece como el eterno superviviente.



En su última broma macabra, Tiberio lanza a la persona menos idónea, su sobrino Calígula (un espeluznante John Hurt haciendo unas cosas francamente raras), quien pondrá de nuevo los recursos de Claudio para sobrevivir. Ante un sanguinario déspota, Claudio sabe ejercer siempre el papel del mejor bufón apaga-fuegos. Inolvidable es su capacidad de salvar a dos pobres diablos en el campamento de Calígula de una muerte segura cuando obliga a su pariente a ver su desastroso estado, cubierto de barro, haciéndole estallar en carcajada, para terminar la dantesca situación recitándole a Homero.
Lo que ya serían los capítulos centrales muestran a un Claudio ya sentado en el trono. La desaparición de viejos rostros amigos y enemigos le traerá, a cambio, nuevos retos. El más apetecible de ellos, en un principio, su joven esposa Mesalina (Sheila White, disfrutando haciendo de lobo con piel de cordero), destinada a romper toda su confianza (algo que hará extensible a su pobre hijo, el malogrado Británico). El gran acierto del drama humano que compone este cuadro es la capacidad de guionistas y actores de convertir a las estatuas de mármol en gigantes con pies de barro.
A pesar de ser aborrecible durante toda su estancia en la serie por su insufrible arrogancia, Sejano (un gran Patrick Stewart), su duro final no puede despertar sino compasión, de la misma forma que Livia, la incorregible patricia, la mujer que presumía de haber aplastado a "la otra", la que vivía en Egipto y era adorada como una diosa, terminará suplicando a sus descendentes para ser elevada a los altares, pues si es juzgada como mortal, su inteligencia le dice que habrá de pagar por todos sus crímenes en vida (por si fuera poco, sin esta Livia, no hubiéramos conocido a Livia Soprano).


Apenas 12 episodios, más que suficientes para poner un gran lazo a un producto muy interesante, un viaje a la Roma Altoimperial con calidad, con deficiencias obvias por la época que fue creada, pero aún, con el extraño lenguaje de la dama de Cumas, con la serena dignidad de ese viejo rey leño al que nadie comprendía.
Y es que él, Claudio, siempre tuvo sus propios planes

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