miércoles, 25 de agosto de 2010

EL TALLER DEL VIEJO DIABLO



Título: Antes de que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil Knows You're Dead) (2007)
Director: Sidney Lumet
Guión: Kelly Masterson
Reparto: Philip Seymour, Ethan Hawke, Marisa Tomei, Albert Finney, Rosemary Harris, etc...
Fotografía: Ron Fortunato
Música: Carter Burwell
Siempre me ha gustado que en este blog se trabaje una obra reciente. Con ello, ni mucho menos, se trata de hablar sobre cosas de actualidad, de hecho, puede haber una modesta reflexión sobre una obra antigua, repleta de sensación cercana. Al referirnos a reciente, implica que se haya visto o leído en un margen de tiempo razonable, el objeto, no diría de estudio (sería demasiado pomposo para este blog tal verbo), pero sí impresiones que puede suscitar. No es justo juzgar algo que se lleva tiempo sin tocar.
En una parada por Barcelona, de viaje, no he tenido mucho tiempo de hacer uno de esos esayitos, pero creo que he aprovechado bien el tiempo en otras cosas, también en Portugal, no solamente en la zona catalana. Como sabía que tocaba película, cuando en casa de un pariente dio la casualidad que ponían esta película, de la cual no sabía de su existencia, pensé que si merecia un poco la pena, sería la primera que presentaría. No sabía cuán errado estaba... no solamente lo merecía, sino que era un acto de justicia hacerlo.
Esta película está rodada por un director veterano, curtido en mil batallas. No es una mera anécdota, de hecho, todo en esta obra está hecho con la maestría del veterano, el hechizo del encanto de lo simple, la certeza de que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. Nada de estruendos, despacito y con buena letra. La banda sonora es maravillosamente simple, acompañando siempre en sumisa subordinación a los actores, mientras que el rodaje y montaje crea un pequeño escenario, en una ciudad cualquiera, con una clase media que podría ser, sin problema alguno, vecina nuestra.
La búsqueda de dinero fácil, lleva a Andy (Philip Seymour), a una mala situación. Aunque cualquiera podría pensar que un tipo con una mujer hermosa (Marisa Tomei) y que veranea en Brasil (atentos a esa escena), con trajes y despachos fríos, es la última persona en números rojos... una auditoria próxima podría desvelar varias incorreciones, muy serias. Éste, convence a su hermano, Hank (Ethan Hawke), para planificar un atracado a una joyería. Al más puro estilo Fargo, le promete que nadie resultará herido, es un golpe muy sencillo. ¿Por qué? Será en la joyería de sus mimísimos padres, los sábados por la mañana la tienda solamente es vigilada por una anciana a punto de jubilarse y... el seguro cubrirá los gastos. Hank, que está superando a duras penas su divorcio y carece de oficio o beneficio, pese a reticencias morales, se deja seducir por el hermano mayor.
Hemos empleado antes el término moral y no es gratuito. El brillante guión de Masterson merece un monumento, sabe captar a la perfección a un mundo hipócrita y al que no juzga, pero que invita a pensar que las tonalidades grises de todos los personajes (la mujer de Andy lo engaña sin rubor, mientras que éste focaliza más sus energías en el placer efímero de las drogas antes que en encauzar su matrimonio, mientras que Hank, pese a saber lo que está bien, no lo hace, por una debilidad que le impone siempre su situación), son las que pueden haber ido llevando a esas ciudades, que como diría cierta canción, ya no dejan sitio para nadie.


Planteado el inicio, aquí entra la mano diabólica del director, se niega, a pesar de tener ya una buena historia, a ponerlo tan fácil. Desde que sabemos esto, el desarrollo del nudo oscila, al estilo "Magnolia", en pequeños retazos,la visión de cada uno, de los desventurados padres, de los dos ladrones, de su cómplice... Únicamente juntando el rompecabezas lo sabremos todo... o casi todo. Desde ese momento, los espectadores nos convertimos en niños en una montaña rusa, no sabemos donde acabaremos... pero queremos que nos conduzcan porque es divertido.


La desgracia (no desvelaremos nada en beneficio de quienes no las hayan visto aún) que desencadena el robo, planteará muchas más dificultades de las que supuestamente iba a resolver. Nadie es realmente consciente de qué pasó, pero el dueño del negocio, un inconmensurable Albert Finney, se niega a pensar que lo que pasó una mañana cualquiera, fuera fruto del azar. Si Dios no juega a los dados con el universo, debe existir un rastro. Ni la policía ni sus más allegados parecen seguir en lo que a fin de cuentas es un anciano desolado... pero los viejos caimanes suplen sus cansados dientes con perseverancia.
La intrahistoria que se cuenta va atrapando, el inicio propio de cine negro y el suspense va sustituyéndose por una carga más profunda. Philip Seymour realiza a la perfección su labor, este actor se convierte en el calco de un ideal, en el reflejo vivo de un burgués acomodado pero sin alma. Bajo su pragmatismo hay una falta de ética impresionante, una amoralidad que asusta por lo convincente de la misma y unos escrúpulos nulos. Solamente hay un pero, como bien me advirtió un amigo, el enfrentamiento dialéctico final de Seymour con su esposa, conmovedor en muchos aspectos, falla incomprensiblemente al negarnos un plano de los dos, el momento de la ira contenida no asuta al explotar. No queremos, por bueno que sea, ver como Seymour despliega esas palabras, sino la reacción en la mujer de Andy... se pierden unos segundos muy valiosos.
Y entonces, llegamos al final. A un impresionante desenlace, hemos de apuntar. Más propio de la visceralidad del Antiguo Testamento que del tono moderno que impregna la película. Los dos hermanos, al más puro estilo de la novela rusa del tránsito del XIX al XX, están destinados a chocar, la falta de escrúpulos de Andy junto con las flaquezas de Hank (impagables, por duras, sus conversaciones con una hija de la que no tiene custodia y le llama fracasado) no puede sostener la farsa eternamente. Entonces comprendes que todo estaba medidato, que la vieja araña te ha traído a su cubil porque desde el primer momento deseaba que estuvieras en ese punto.
Nada había sido dejado al azar. Albert Finney y Rosemary Harris están en uno de los flashback por algo y, además, la obra de teatro que está viendo no es escogida por casualidad. La intencionalidad ha sido total desde el primer momento, así como la no siempre considerada Marisa Tomei aprovecha a la perfección una gran dirección para convertir las escenas de cama en algo más que un requisito del cine actual, la sana pretensión de una persona de notar que los ojos que la miran siguen manteniendo el interés por ella... A pesar de su infidelidad o la falta de habilidad de Hank, así como los personajes de reparto (excelente casting), si no siempre son morales (de hecho, casi nunca), al menos tienen un motivo ulterior. Pero el drama de Andy es que ni siquiera lo encuentra, de ahí su decisión final, casi shakespiriana.
A fin de cuentas, vivimos en un mundo tan ajetreado, que buscamos los tres pies al gato. Pero, si fuésemos como el personaje de Albert Finney, recordaríamos a ese viejo diablo que trabaja sin sueldo fijo en un oscuro taller y conserva la libreta de aquellos clientes que algún día le podrían ser útiles.
Más sabe él por viejo que por... en fin, ya saben el resto. Y Lumet, que ya lo sabía, simplemente apaga las luces del taller, son la satisfacción del deber cumplido.

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