Fue un hombre peculiar, polémico, deslenguado y brillante. Manejaba con soltura la espada, pero mucho más la ácida ironía, con devastadores efectos entre sus adversarios, que incluían a nombres tan destacados como Góngora, quizás el más erudito hacedor de versos de su tiempo.
Entre la amplia nómina de genios del Siglo de Oro Español (que, como curiosamente suele suceder, va de la mano con el inicio de la decadencia), no parece inapropiado que en este blog se estrene uno de sus exponentes más reverenciados, don Francisco de Quevedo. Y no, por supuesto que no soy un mago que se ha traído una fotografía del compañero de Alatriste en las obras de ficción de Reverte, sino que tenemos aquí al actor español Juan Echanove como él, en la película de Díaz Yanes.
Hoy prescindimos de sus afamados sonetos, que incluyen reflexiones sobre la vida, el amor, la muerte y sus conexiones por encima de la media de su época, que ya era de por sí de una gran calidad. Gracias a la generosidad e inifinita paciencia del amigo Chespiro, tornado en improvisado prestamista bibliotecario de un servidor, pude disponer temporalmente de "El Buscón", donde Quevedo se sumerge de lleno en la novela picaresca, excepcional producto que solamente podía nacer en zonas como Italia y España.
Como de costumbre, desde Justina al Lazarillo, el narrador será nuestro propio protagonista, en este caso el pícaro Pablos, un individuo nada recomenable. He leído críticas literarias, que, con mucho acierto, advierten que Quevedo en ningún momento tuvo apego por su criatura, es cierto que hay un desapego empático de nuestro antihéroe, pocas veces verán ustedes un escritor que sienta tan poco sentimiento por su criatura. Pablos es el vehículo par mostrar las cosas que Quevedo, sabio observador de los pecados de su tiempo, nos muestre realidades tan diferentes como el Santo Oficio, las novatadas en Alcalá, la carrera de Indias...
Todavía hoy la gente no se pone de acuerdo de la fecha exacta de su publicación. Algunos entendidos, con muchas más base que yo, que he arañado mucho menos de lo que debería en tan interesante artista, argumentan, que teniendo en cuenta la experiencia vital que demuestran estos tres Libros (en realidad no son libros, como bien saben, sino pequeñas acotaciones temporales de la historia, formando el triunvirato de la novela), son indicador de un autor en su plena madurez creativa. Es una hipótesi francamente aceptable, en realidad, la descripciones de perfiles y lugares son parcos, cuando no en ocasiones demasiado simplificados, para ir de lleno a donde Quevedo quiere poner la puntilla. También deja con ganas de más esa inconclusa promesa de segunda parte, ¿proyecto inacabado por otras empresas o por ser escrito tardíamente?
Un punto en contra de la obra, al menos desde la óptica de una persona bienintencionada del siglo XXI, es el fuerte sentimiento de estamentos que tiene don Francisco. Pablos, en sus felonías, aunque dista mucho de ser un triunfador, podrá sobrevivir con notable fortuna, incluso tras asesinatos, siempre que se mueva en el hampa que le corresponda... pero que Dios le coja confesado si quiere hacerse caballero o noble. Aquí, perdonen la impertinencia de poner un pero a un autor de este calibre, algo escapa a los ojos de Quevedo, y no, no por sus anteojos.
Nos referimos, claro, a cuando, tras pretender engañar a su prometida y futurible suegra, haciendo pasar su persona por lo que no es, Pablos se encuentra con Diego Coronel, un muchacho de familia noble del que había sido compañero de juegos. Aparentando ser el señor que no es, Pablos le convencerá de que el parecido (han pasado muchos años), es simple coincidencia, a lo que Coronel responde que está en lo cierto, que además aquel conocido suyo era el peor diablo que jamás existió, de madre bruja y padre ahorcado por ladron. Pues bien, este instante, que podría ser el más duro y descarnado de una obra ya de por sí no apta para muchas alegrías, es borrado de un plumazo por un Quevedo empeñado en machacar al "hombre nuevo".
Probablemente, en los primeros capítulos, la única amistad verdadera que mantiene desinteresadamente desde niño, para el amoral Pablos, había sido Coronel, ¿cómo reaccionar ante esa ingratitud, ese olvido de sangre de chanzas yconfidencias infantiles? El clímax está allí, Quevedo es tan bueno escribiendo que casi le sale sin querer, pero desaprovecha este diálogo que podía traer el verdadero choque de un mundo enfermado, de una sociedad que tiene miedo a admitir su fuerte ósmosis social, anclada en una limpieza de sangre virulenta. Pablos, por supuesto, terminara apaleado y derrotado en esta aventurilla. A los que nos gusten los fracasos en la ficción que identificamos así más fácilmente tras el brillo del espejo en la realidad, adoptaremos a Pablos, a pesar de sus mil deficiencias éticas. A su vez me parece admirable lo pillo que es insinuando el sexo, incluso con tabúes como la homosexualidad, siempre deja caer... pero te lo dice claro.
En cuanto al estilo no se puede sino hacer referenca a la "mala leche" que tiene escribiendo don Francisco, con unos juegos de palabras constantes y una sapiencia en el cambio de registro solamente apta para unos pocos elegidos. "Salió rodeado de cardenales sin ser Papa", en referencia a su padre saliendo de la cárcel, o, entre muchas otras, esta argumentación del Pablos niño a sus progenitores, haciendo alusión a que ya ha concluido su educación: "Y he descubierto que como para ser caballero solamente ha menester escribir mal, con lo que sé es suficiente". Luego están situaciones que parecen propia de la burla más estirada, tornarle galán de monjas, hacerle deambular como cómico... Aquí Quevedo se mueve como pez en el agua, deslumbrando y agilizando una narración que empezó un poco lenta. Igual que con su compañero de fatigas nacido en Tormes, el hambre será un espectro constante y que todo lo motiva, en truhanes y santos.
La sensación que he sacado tras leer "El Buscón", es de estar ante una grotesca parodia de la realidad, probablemente, la que hubieran hecho Berlanga y Azcona de haber vivido en la época de Quevedo. Precisamente Echanove(no, no era casualidad la foto, lo teníamos planeado de antemano), hacía estas consideraciones "Era un hombre que estaba en la Corte, pero también en la calle, en las tabernas...". Quizás, como he leído en la introducción de la novela de Chespiro, con las suficientes luces para ver lo duro de la vida, consciente de sus limitaciones físicas, misógino como suelen serlo los amantes no correspondidos, se creó aquel personaje rápido, verbalmente imbatible, sagaz, descanarnado y sin pelos en la lengua, solamente sin sacrificar su genialidad en el camino. Un poeta de los grandes. Un poeta cojuelo, desde Italia a la fría cárcel de Salamanca.