Nos comenta el dicho, "La única menera de saber que estamos ante alguien realmente genial es el hecho de que empiezan a surgir alrededor de él necios que pretenden destruirlo porque les recuerda lo que no que no son". Bajo esta premisa, me dispuse a leer "La conjura de los necios", un excelente amigo de mi facultad me lo había recomendado como imprescindible, al verlo en un kiosko a muy buen precio no dudé ni por un instante. Por cierto, me llamó la atención que no conocía ningún otro trabajo de su autor, John Kennedy Toole.
Si la historia estaba tan bien valorada, ¿por qué diabos no había vuelto a escribir nada? Conforme leía el prórrogo del editor, emotivo y bien realizado, fui comprendiendo más, sin poder evitar acordarme de personalidades tan dispares como Fitzgerald o Shakespeare, ¿qué tienen en común? Lo obvio, que escribían. ¿Más rebuscado? Los dos murieron pensando que habían fracasado en lo artístico, sin ser conscientes de que el tiempo les pondría en el lugar que merecían.
Y es que La Conjura apareció cuando su autor ya se había suicidado. Una depresión que debía obedecer a otros motivos a los se sumaron cuán infructuosamente le fue negada su publicación (al parecer la media de la crítica reconocía muy graciosa, pero quizás faltaba algo para ellos) le llevaron a un suicidio. Los esfuerzos de su madre lograron que un editor si apostase por ella... el resto como suele decirse, es Historia.
Bajo el prisma de Ignatius Reilly, nos enfrentamos al mundo de una ciudad portuaria, Nueva Orleans, de una sociedad cambiante y con un retrato de la clase media que nada tendría que envidiar por ejemplo a Rafael Azcona (y eso son palabras mayores). Ignatius es una de las figuras más raras jamás creadas, comodón treinteañero que vive en su burbuja, enamorado de la Edad Media y Boecio, soacilamente inadaptado y si hubiera tenido la desventura de vivir en nuestro tiempo, hubiera sido catalogado sin piedad como "freak". Por desgracia para él, este universitario encerrado en sí mismo (salvo por la enfermiza correspondencia que mantiene con una antigua compañera de facultad, Myrna, activista por los derechos civiles y con una vida sexual muy curiosa) va a tener que salir de la vávula más pronto de lo que él quería.
Para su desgracia, un accidente automovilístico de su madre ebria (sí, efectivamente, los personajes son ligeramente dantescos) le obligará a dejar su vida ociosa y trabajar, lo cual prácticamente para él es una condena de muerte, acercándose a un mundo capitalista que le consume. Ignatius será varias cosas, vendedor de perritos calientes ambulantes, empleado de la heterodoxa Levy-Pants (regentado por un matrimonio que se odia a muerte y con personajes tan imprescindibles como la anciana y aborrecible señora Trixie, a la que nadie quiere jubilar a pesar de que está completamente ida)...
A través de los ojos del robusto Ignatius, veremos un mundo bastante mediocre, con gente que tiene paranoias del comunismo (era la época, caza de brujas), con locales de mala muerte y una serie de secundarios que no tienen desperdicio. El racismo imperante que se refleja en Jones, un empleado de color de un bar de baja estofa que cobra el salario mínimo, el torpe pero entrañable patrullero Mancuso, obsesionado por encontrar a algún anarquista o alguien que le salvaguarde de las iras de su jefe... En definitiva, un glosario de máscaras que conforme se van desnudando, terminan cayendo bien. Odiarás a Ignatius por su comportamiento las primeras páginas, pero misteriosmaente el autor logrará que sientas compasión por él a pesar de las barbaridades que hace y comete.
Una de las cosas que quizás enfurezcan a algunos lectores/as del libro será que no muestra para nada un tema concreto, es un retrato costumbrista sin prácticamente nudo, los acontecimientos se suceden, como en la vida cotidiana. Pero profundizando en la re-lectura encontraremos más cosas, críticas a la política, a la vida universitaria, a cómo afronta ese tipo de sociedad la homosexualidad o el eterno "qué dirán los vecinos"...
En algunas de las mejores críticas que se han realizado sobre este trabajo (me atrevería a recomendar una en concreto, buscarla en el blog "Un sueño realizado", con fecha de 2.006, tremendamente emotiva y muy bien escrita) se ha insistido mucho en las semejanzas de don Quijote de La Mancha con Ignatius. No es descabellado, pero admitiendo que son la misma moneda pero distintas caras, la estupidez del hidalgo castellano está bajo el barniz de un ideal noble, Reilly, más manipulador y egocéntrico todavía, sería su reverso tenebroso por decirlo de alguna manera.
Si he de decir que rebelaría un poco con lo de que sea un trabajo tan desternillante. Reconozco que alguna escena es desternillante y las puestas en escena muy astutas (Levy-Pants, edificio decadente, es una perfecta metáfora del propio Ignatius). Pero la no la consideró una obra humorísticas, quizás haya que haber sido una persona más imbuida en la cultura norteamericana para coger todos los matices, pero he tenido la enojosa sensación de que algún momento me hubiera hecho más gracia de haberlo comprendido mejor. Pecado del lector, en este caso, no del escritor.
También sospecho que se haya hecho una mitificación por la trágica desaparición del autor. La muerte dignifica y ennoblece a los espóritus más viles en ocasiones, ¿cómo no lo va a hacer con una pluma elegante y demás de final trágico? Dos trabajos (uno en su juventud con 16 años y La Conjura) son escaso bagaje, sin embargo, la trascendencia del último le ha permitido una porción de parcela en el Olimpo de los mejor vendidos. Particularmente, hubiera preferido leerle veinte libros más, a cambio de posponer un poco su hagiografía. Debió de ser un tipo interesante, agudo observador y curioso... la clase de persona que merece que se le invite a un café para ver su visión de la vida. A veces las cosas, son así, pero no gusta.
¿Lo mejor que se puede decir de La Conjura? Que merece re-lecturas, eso ha sido, es y será siempre un gran piropo. Lo tenemos fácil, solamente hay que abrir la portada y volver a ver ese día en que Ignatius había salido con extravantes ropajes en busca de una tarde de diversión... Pero dejemos a los interesados con la miel en los labios, como al adormecido califa. Si quieren sabe más, tendrán que leer el libro.
¡Y qué divertido es! Como Cervantista de pro, yo soy de los que subrayan, con los matices que has señalado, su innegable deuda con El Quijote, al que me recuerda especialmente cuando, con su extraño atuendo, Ignatius vende perritos en Nueva Orleans.
ResponderEliminarUn universo que sin duda ha debido influir de alguna forma en el Springfield de Groening. Me quedo con la frase (decía algo parecido):
"Merecería que la azotasen en sus partes erógenas" (modifíquenme la cita cuando tengan el libro delante, please).
Vaya, qué curiosa frase has recordado, pero sí, estás totalmente en lo cierto.
ResponderEliminarEste libro es una maravilla perdida que siempre conviene desenterrar. He mirado lo que dices, pero como casi siempre, querido Chespiro, dependerá de la traducción manejada. Creo que podemos aceptar "erógenas", que además es muy de Ignatius. Aunque yo me decantaría por "pudendas"